Porque es bueno saber de todo un poco, más sobre el lado oscuro…
La palabra demonio proviene del griego ?????? (daimon), “genio”. Esta palabra aparece en la Biblia; cuando San Jerónimo tradujo la Vulgata, usó la palabra en latín daemonium.
La palabra griega daímon tiene, sin embargo, un uso antiguo en la cultura griega anterior al cristianismo. Aparece ya en Homero (por ejemplo, Ilíada XV, 468), y significa ante todo cierta divinidad, buena o mala, que no está en el panteón de los dioses, sino como cierta divinidad “menor”.
Así es presentada en Platón, donde el concepto tiene gran importancia, y aparece en muchos de sus diálogos ya como un intermediario entre dioses y seres humanos (Banquete, discurso de Sócrates), o como un “genio” del propio Sócrates, que, curiosamente, le dice lo que no tiene que hacer (Fedón, Banquete, discurso de Alcibíades).
No fue sino hasta la llegada del cristianismo que “demonio” tomó su noción diabólica. Aunque su imagen estuvo extendida en el siglo IV, el cristianismo no pudo erradicarlo, y al no acabar con la arraigada creencia campesina, el dogma lo cargó de connotaciones negativas.
Asumiendo su representación plástica como la figuración de los espíritus del mal, convirtiéndose así estos sátiros en los demonios cristianos, de modo que quien les diera culto pudiera ser acusado de paganismo, es decir, de adorar a espíritus del mal.
En términos generales, la gran estructura política de los demonios, de acuerdo con el canon católico, es un espejo negativo de la estructura política angelical (arcángeles, ángeles, querubines, serafines, tronos y más).
Y así amiguitos, es como el cristianismo convirtió una palabra de índole mística, en una definición malvada. Donde no caben las medias tintas, o estás con ellos, o en contra…