El cine ha demostrado con creces que sigue siendo el séptimo arte; a lo largo de las décadas de su existencia, refuerza su estatus como inspiración, motivador y preservador de grandes artistas que trasladan sus egos y humanidades a sus obras visuales, para disfrute y sufrimiento de nosotros, sus prisioneros.
Michelangelo Antonioni es uno de esos alquimistas filmicos nacidos, cinematográficamente hablando, en plena post guerra, lo que lo empuja a esa corriente neorrealista tan de moda e impositora en esa Italia que iba reconstruyéndose material y moralmente. Antonioni, vio más allá de esos maestros vanguardistas, supo escarbar y exhibir a la sociedad que pretendía no saber nada de las atrocidades hechas por las legiones fascistas. Su mirada mágica tenía claroscuros que desentrañaban los miedos y fobias de los italianos; una mirada tan profunda que bien merece un artículo completo a su talento, propuesta y puesta escénica… Pero que sea hecha por verdaderos expertos, yo sólo soy un mero aficionado a espectador.

Es así, con ello en mente, que nos enfocaremos muy resumidamente con las más lúcidas y brillantes elaboraciones reconocidas: la Trilogía de la Incomunicación. Y es L’Avventura; una oda que muestra el hedonismo y la falta de valores con la que la sociedad moderna lidia con su profundo vacío emocional. Esta belleza se complementa con otras dos apasionantes historias: La noche y El eclipse, una de las trilogías más íntimas y trascendentales del cine italiano e internacional.
Tres fascinantes capítulos que es parte de la historia de ese séptimo arte que nos abruma con una ola de películas que pueden parecer estériles por su poco aporte, encaminados más a la obtención de ganancias – al final no dejan de ser inversiones de empresas – y no a la persistencia del tiempo, pero en ese amplio catálogo, hay joyas que permanecen en la memoria colectiva del arte…