Nos vamos a poner kukis y gourmets, cambiando cabronamente el tema común que por lo regular tratamos. Hoy no seremos arte o cultura popular, hoy nos elevamos a la finura fifi que tanto odian algunas sectas políticas, así como otras – igual sectas – las aman. Y como se nos ocurrió suscribirnos a la Guía Michelin, vamos a tomar prestado, de su newsletter, la nota que conmemora los 125 años de este influyente libro culinario, aunque algunos chefos la consideran culerina…
Para entender bien cualquier historia hay que empezar por el principio, ubicándonos en un lugar y un tiempo concretos. Eso, en este caso, nos lleva hasta la localidad de Clermont-Ferrand, en el centro de Francia, donde en 1889 los hermanos André y Edouard Michelin fundaron la empresa de neumáticos que, a día de hoy, sigue luciendo su apellido.

Por aquel entonces, cuando se sabe que en el país galo había menos de 3.000 automovilistas, salir a la carretera era una aventura de alto riesgo, pues eran innumerables las incidencias (muchas mecánicas) que se podían tener en el camino. Bajo esa situación, para apoyar la venta de neumáticos y dar respuesta a una necesidad real, nació en el año 1900 la Guía MICHELIN, la que dicen que es uno de los mejores ejemplos de marketing de la historia.
En el prólogo de la primera edición de la publicación, que inicialmente estaba repleta de información útil para los pioneros del motor (dónde repostar, dónde reparar el automóvil, dónde alojarse y comer, instrucciones de mecánica básica…), el propio André Michelin dejó una frase visionaria que quedó guardada para el recuerdo: “Esta obra aparece con el siglo y durará tanto como él”.
Este es un momento histórico en el que todo está por inventar (mapas de carreteras, señalización de tráfico, guías turísticas…) y los hermanos Michelin demuestran una gran visión de futuro con la idea de acompañar a los primeros viajeros.

La Guía MICHELIN de Francia, que en esa primera edición del año 1900 tuvo una tirada de cerca de 33.000 ejemplares, se planteó con una reedición anual y fue gratuita hasta 1920, momento en el que por primera vez se puso a la venta al precio de 7 francos (es cuando desapareció la publicidad no relacionada con la propia marca Michelin). Al parecer, según narra la leyenda, este cambio vino motivado por el hecho de que André Michelin, visitando un taller de neumáticos, vio que un ejemplar estaba siendo usado para calzar un banco. Por el esfuerzo que suponía cada actualización de la Guía y entendiendo que “el hombre solo respeta de verdad aquello por lo que paga”, decidió empezar a cobrarla.
Es importante reseñar que, prácticamente desde su origen, la Guía MICHELIN tuvo una proyección internacional, abarcando tras su primera década de vida casi toda Europa occidental. 125 años después se extiende por todo el mundo, con ediciones dedicadas tanto a países (este formato se mantiene sobre todo para Europa) como a grandes ciudades repartidas por todo el orbe.

Hay que tener en cuenta que, inicialmente, los restaurantes reseñados en la Guía iban asociados a los hoteles donde los intrépidos automovilistas de principios del s. XX podían descansar. No será hasta la edición de 1923 cuando se incluyen, por primera vez, restaurantes recomendados de manera individual e independiente.
Ante la buena acogida que entre los lectores tuvo la inserción de más sitios para comer, ya separados de los hoteles, la “Oficina de turismo Michelin”, que se había creado en 1908, pasó a llamarse “Oficina de itinerarios”, el germen que daría pie a la llegada de los inspectores.
En 1926 aparecieron las primeras Estrellas para destacar la calidad de una cocina, aunque no fue hasta 1931 cuando se introdujo el sistema actual de una, dos y tres Estrellas MICHELIN. Desde entonces, esta clasificación se ha convertido en un referente internacional que evalúa de manera objetiva todas las cocinas, desde la más casera o tradicional hasta la más creativa e innovadora, según cinco criterios idénticos:
– Calidad de los productos.
– Control de cocciones y texturas.
– Equilibrio y armonía de sabores.
– Personalidad de la cocina.
– Regularidad.

Y así como las Estrellas distinguen las mejores mesas del mundo, las Llaves MICHELIN hacen lo propio con los hoteles más excepcionales. Tras una exhaustiva revisión de la selección de alojamientos —presentes en la Guía desde su primera edición en 1900—, la publicación dio un paso más en 2024 al reconocer con una, dos o tres Llaves MICHELIN a los establecimientos más destacados del planeta por su excelencia, singularidad y experiencia global.
En octubre de este año 2025, además, la Guía MICHELIN celebró en París su primer evento internacional dedicado a las Llaves, donde se reconoció la excelencia hotelera en más de un centenar de países, consolidando esta distinción como la nueva gran referencia de calidad en el mundo de la hospitalidad. A su vez, junto al reparto de Llaves MICHELIN, se otorgaron cuatro Premios Especiales: a la Arquitectura y el Diseño, al Bienestar, a la Conexión Local y a la Apertura del Año.
Suficiente por hoy, de revestirnos con la elegancia de la Francia. Seguiremos dando un poco más de estas notitas culinarias que engalanan nuestro pobre espacio, limitado de estatus y sofisticación… Pero somos chéveres, lo que cubre un poco lo rupestre y rústico que somos…