Sábado 22 de agosto, por la mañana, nos enteramos que uno de nuestros ídolos se ha ido. Uno que aporreaba con hartas ganas los cueros y en lo personal, me abrió más los ojos y oídos, en un género que sigue siendo denostado, pero igual de amado para aquellos que somos amargado e invisibles para los otros normales.
Él participó en unos de los discos de metal más vendidos de la historia, sobre todo en una década que el pop tendía su reino en todo el planeta. El metal y / o rock pesado, también se estaba convirtiendo en una moda, pero ese “saludable metal”, abrió fronteras, despertó y dio un motivo a los chamacos de esa época.
Solo eran cuatro melenudos, dispuestos a ser estrellas y seguir manteniendo ese estatus de “Dioses del rock”. Y toda la base rítmica la comandaba el buen Frankie; les ponía intensidad y secuencia a los demás participantes. Sus acordes moldearon un ritmo que ya tenía padrinos, impulsores y precursores de imagen y sonido. Pero ellos, con Frankie en primera línea, lo volvieron comercial y accesible para todos los niveles.
Frankie Banali hizo más de lo que nos imaginamos, participo con muchos héroes de la guitarra, así como extraordinarios vociferantes, amos del escenario y micrófonos. Pero su labor iba más allá de esos menesteres y eso no lo comentaba, no porque no fuera importante, más bien era discreción y acción.
Los comentarios y pésames no se hicieron esperar, pero uno de los panegíricos más conmovedores y sentidos, fue el que otorgo Blackie Lawless. Amigos desde la infancia, nos trajo anécdotas divertidas, pasiones, influencias y motivos que Frankie le confesaba detrás de bambalinas; así como actuaban y se comportaban como unos adolescentes precoces.
Quiet Riot era la banda, perdón, sigue siendo la banda que nos trajo un esencial de esa música dura. Metal Health es una maravilla, no solo por la ejecución, es rabioso, sucio, garagero y obrero. Todo eso es ese plato promovido por CBS. Pero en el fondo es la obra de 4 palurdos que venían de más disoluciones y frustraciones que mieles exitosas. Pero ese Metal fue su escape y gloria, quizás efímero pero efectivo.
A su manera, a sus formas y entenderes, aprovecho sus 68 años, los disfrutó y expandió a miles de chavales, entre ellos yo. Ahora, en mi habitación semioscuro, escribo esto y me preparo para escuchar, una vez más, sus batacazos, sacudiendo la cabeza y brincando como cuando tuve 15 años…
Descansa en paz, donde quiera que haya volado tú espíritu…