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De excavar ruinas a llenar botellas, la odisea de Beto Karamawi

Como dice la rola, «los caminos de la vida, no son como yo pensaba…», cuanta sabiduría hay en las canciones populares. Un día estás sentado en una oficina, tecleando un ordenador, atendiendo llamadas, revisando la agenda… estresándote… Y en un momento de arrojo, te guste o no la profesión que estás llevando en ese precioso momento, dices «a la shit», voy a intentarlo…

Puede que en esa descripción haya miles de historias de vidas – quizás millones – en toda la roca sideral llamada Tierra. Pero, abrumadoramente, los números de quienes no nos atrevemos es colosal en comparación. Por eso, hay que aplaudir y dar su reconocimiento a esos salvajes valientes que se quitan saco y corbata, tiran el mandil, casco, uniformes o lo que sea que te obliguen a usar, para emprender un nuevo reto, uno más arriesgado pero fascinante para tirar el timón a otras corrientes.

Así lo hizo un arqueólogo que por los rumbos de la milenaria ciudad de Cholula, se le conoce como Beto Karamawi…

La curiosidad fue muy grande para el buen Beto, cuando estaba en una misión arqueológica en el norte de nuestro país, pero no por los tiempos antiguos, sino por las chelas que llevaban alumnos de una universidad gabacha. ¡¿Y eso qué?! Acá hacemos chingonas cervezas, reconocidas en todo el planeta. Si y no. Los estilos que más predominan en el gusto de los consumidores son pocos, y quizás, básicos en comparación con lo que se hace en otras latitudes. Empezando por los tumpianos vecinos. Hay un número cabrón de cervecerías caseras, pequeñas e independientes que fabrican de casi todos los géneros que se conocen de cerveza.

Eso fue lo que desperto de su letargo al arqueólogo Beto, lo sacudió in extremis y lo llevo a desarrollar su propia etiqueta. Poco a poco. El trayecto no fue fácil o barato, sin embargo, la experiencia como tal, supero con creces los quebraderos de cabeza iniciales. De ahí pa’l real, sin mirar atrás…

Su historia, la conocerán de viva voz en uno o dos videos que presentaremos muy pronto, por lo que nos enfocaremos, de manera superficial y breve, en sus creaciones.

Sus cervezas son diferentes en muchos sentidos, desde sus etiquetas, las cuales van engalandas con símbolos rupestres que le dan una característica más por descubrir y platicar en la sobremesa. Sus envases son los tradicionales, de color oscuro, como marcan las reglas, y no por una mera cuestión tradicional. La negrura del vidrio es su máximo escudo para conservar las propiedades del líquido, y no sufra alteraciones por la luz o calor.

Terminamos con lo más importante, el sabor de los fluidos van encaminados a sabores que no son tan comunes en el paladar de los mexicanos, al menos en la masividad. Estilos fuertes y suaven, en una contraposición que sorprende y alegra; frescura y amargura, conviviendo equilibradamente. A lo mejor usar el término desafío puede sonar exagerado, pero él, y muchos de sus colegas, siguen labrando el terrreno, sentando las bases – eso esperamos – para un mercado más versátil, con propuestas maduras, con la debida aceptación / maridación en la mayor parte de la gastronomía mexicana.

Esas son las cervezas Karamawi, un verdadero placer y oasis para los sentidos de quienes las prueban. Esta nota es la introducción para una, más que interesante, plática con el atrevido arqueólogo – emulando a su manera a Indiana Jones – que decidió hacer a un lado los libros de su campo y sumergirse en los recetarios cerveceros… Sea bienvenido y alabado mister Beto Karamawi…

Visiten su bella estancia, la cual también puede ser rentada para reuniones o fiestas, y todos los viernes, de 6 a 10 – más o menos – abre sus puertas a todo el que quiera ir y probar sus ejemplares… ¡Ah! y también llegan otros maestros cerveceros como el buen Beto…

Creado por Invidente Zurdo