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Recuerdos de una memoria prestada II: Las aventuras de la barra…

Un ligue menor…

Antes no me había presentado, mi nombre es E…mmm, bueno, en sí no es muy importante mi apelativo personal, y no por hacerme menos o subestimarme. Simplemente soy alguien público. Jajaja, ¿no me crees? No importa, pronto lo averiguaras, te prometo que te sorprenderás.

Soy de una ciudad colonial, más no milenaria. Hice mi educación hasta donde mi cerebro me dejó, mejor dicho, la testosterona fue la que me tentó a desaparecer de las aulas escolares. Disculpen si estoy haciendo un resumen rápido, lo hago así, no por ser muy discreto, si no que habrá más panfletos como éste y en cada uno de ellos me explayaré con gusto.

De lo que puedo platicarles, es que anduve en varias prepas, en cada una de ellas aprendí más de los cuates que iba ganando. De ellos obtuve habilidades para ligar chicas. De ellos adquirí dones de convencimiento para conocer marchantes de sustancias especiales, sustancias para soltar la imaginación. De ellos forjé amistades verdaderas.

Como haya sido, el deambular por varios colegios, y más en una ciudad que vive atrasada en muchos sentidos, te dan experiencias, miles de éstas. En cada sitio que pise, salían personas afines a mis sucios instintos jejeje. Ya en serio, no imaginaba que en la angelical urbe, hubiera (y sigue habiendo a la décima potencia), hoyos que nos permitieran sacar lo peor de nosotros. Es verdad, hay zonas que son centenarias, en ellas se albergan mercados negros suculentos. Pero eso no es lo sorprendente. Lo fascinante es la clientela que asiste con regularidad a comprar sus banales pecados. 

Así he recorrido he recorrido las sublimes cuadras de un centro que presume ser 4 veces heroico. Después de ver distintos rostros, algunos se han quedado en el anuario personal de la memoria y es con ellos que disfruto mis ratos de sana locura etílica, cuando me deja la chamba. Y es ahí donde quiero dirigirme, en todos los sentidos.

Ya les dije que estaré dejando datos por éstos medios, para que sepan el nombre que me dieron mis respetables padres. Lo mismo pasará con el centro de trabajo que ha tenido la osadía de contratarme. Pobre, los compadezco. 

Para no hacerla tanto de jamón, he de compartir una anécdota que me pasó en ese lugar. Uno que ahora se niega a cerrar, sin importarles si nos enfermamos o no. Porque, si no lo saben, o no le agarran la onda a esta diatriba, estamos en una época convulsa, de esas que significan un parteaguas en la historia de la humanidad. Y no, no exagero, esa es la neta del planeta.

Y es que el centro de trabajo (no mames, que pinche formal me leo), es privilegiado, aunque los putos gerentes digan lo contrario. Está en enmedio de la fundación, para que se entienda mejor, es el fundillo de la ciudad donde en este momento me hallo, obvio, fumando una buena hierba. No hay pierde si quieres llegar. Hasta los turistas lo ubican de inmediato. Y es que no todos los días se asiste a una farsa de bar, vulgar imitación de invento anglosajón. Como si lloviera un chingo como en Londinium. No chingues, ando bien cultural.

Pero bueno, quien entendió, entendió; el sitio no es feo, al contrario, tiene un aire de no sé qué. La colonia está muy presente, edificios vetustos lo comprueban. Los escolapios mayores andan por toda la zona, y están buscando descomponer el cuerpo y la rectitud de las costumbres. Es más, dicen por ahí que en esa antigua casona, con aires de vecindad, “espantan”. A mí no me ha tocado, pero bueno, ha de ser por que siempre ando con María Juana en la boca y eso me ha de hacer inmune.

Pues es en ese centenario lugar donde yo me desenvuelvo. La actividad que desarrollo va un tanto cuanto relacionada con los boticarios. No me meto con matraces, a menos que sea una cuestión lúdica. Lo es para quienes llegan como clientes. Los fines de semana son los mejores días para las ventas, la cerveza corre alegremente en las mesas, los pocos platillos que se cocinan tienen una demanda aceptable. Concurren locales, paisanos de estados vecinos y un número aceptable de entes extranjeros. Es una moderna Babel.

Ahora, en plena pandemia, porque como ya mencioné, estamos sufriendo con una nueva especie de gripe. Le llaman, comúnmente, Coronavirus. Para datos más técnicos y científicos se le bautizó como Covid – 19. La enfermedad es altamente virulenta, de fácil contagio. es por ello que las autoridades federales han emitido una serie de recomendaciones sanitarias como el uso obligatorio de cubrebocas, si has de salir, ya sea por trabajo, compras de víveres, medicamentos o desafortunadamente, por una urgencia de consulta de salud, se debe tomar una sana distancia (1.5 mts. de preferencia). Hay otras igual de importantes como lavarse las manos en un período de 20 segundos como mínimo. Usar gel antibacterial, con una medida de 70 grados de alcohol, bastante antojable para un alcohólico como yo. 

Grosso modo es lo que deberíamos hacer, pero como buenos mexicanos que somos, dejamos la disciplina bien guardada en nuestras casas y salimos a provocar un caos barato a las calles y locales que visitamos, valiéndonos madre la salud propia y de los otros. 

¡Ah! otra cosa, a los dueños y gerentes de muchos establecimientos tampoco les interesa lo que le pueda pasar a su llamado capital humano. En ese grupo estoy yo. Ahí me tienen, yendo a chambear para cumplirles las metas mensuales a esos modernos filibusteros. No es que me queje, pero ¡¿neta?! Nos arriesgamos por seguir engrosando los bolsillos y estilos de vida de esos mercenarios empresarios, porque, pobres, no podrán estrenar su respectivo auto de lujo mensual. Mientras los inútiles mortales, la millonaria borregada, le chingamos para pagar las cuentas más básicas como la tragazon, los pasajes del pesero o chú chú, la luz, el agua y un largo etcétera.

Pero ahí estamos, con cadenas y amarres invisibles que nos sacan de la cama, nos llevan al baño, nos vestimos, desayunamos y ¡Pum! de repente, allá vamos, a ganarnos el pan de cada día, con el maloliente y jodido sudor de nuestra frente…y nalgas.

Pues en ese centro de esclavitud, de adoctrinamiento hacendario y social es que voy a hacer mis fórmulas lúdicas embriagadoras. Es con ellas que surgen muchas historias, la mayoría divertidas, otras con tintes deprimentes y unas más son, mmm, ¿cómo decirlo? extrañas. Por lo menos podemos clasificarlas como curiosas y es en una de éstas que le contaré. Espero que el huésped que estoy usando no flaquee y recuerde los detalles que le manifesté. 

Una noche de viernes, el negocio estaba hasta las manitas, un chingo de parroquianos, todos libando alegremente. Unas eran parejas, otros puros cuates o cuatas. Pero nunca faltan quienes van en familia. El caso es que el ambiente era inmejorable, las comandas de bebidas iban y venían, haciendo que la fiesta, las pláticas y coqueteos estaban al orden del día.

La banda de rock, especialista en covers, que ahora llaman homenajes a los artistas, vaya hueva de talento, en fin, al menos entretienen a los clientes, mejor dicho, los distraen de todas las “movidas” que hacemos en aras del ahorro de insumos, así como otras actividades lúdicas.

Ahí estaba, retozando con los tarros, principalmente, ya que las birrias, o sea, las cervezas, son lo que más piden, sin importar raza, género, religión o color. Servía a unos, a otros, pero más a quienes son los encargados de llevar los vasos con libación a las mesas; que de ellos, pufff; he de decir que no son visionarios, no ven más allá de sus comandas y cuando, en su ridicula y pequeña visión periférica detecta algo, ¡puta madre! se sienten los más capacitados inspectores de higiene o peor aún, son los expertos jueces de revistas culinarias como Food & Wine, The Restaurant o cualquiera de esas pinches superfluas publicaciones.

Como sea, en ese vaivén de tarros, copas, botellas y platos, estaba yo volteando a las mesas cercanas a mi estación de trabajo, observando la oportunidad de conocer a alguien nuevo, que me ayudara a quitar las telarañas propias del aburrimiento laboral. Viendo de este a oeste, había excelentes prospectos femeninos. Y como buen dizque pub, te podías encontrar con todas las manifestaciones genéticas que da este país. Güeras, morenas, delgadas, flacas, gordibuenas, guapetonas, sensuales, sexys y demás adjetivos, pleonasmos, cumplidos misóginos y palabras dignas de un alcahuete (no se imaginaban que expresaría esta palabrita dominguera, ¿o sí?

Y ya que estamos en estas manifestaciones machistas, más propias de un gorila, que ellos son más educados que nosotros, sus primos. Pero heme aquí, dejándome llevar por mis instintos básicos, gozando de una educación malformada, alentada por décadas de conformismo ideológico y obligada sumisión para ser feliz. Bueno, bueno, basta de estos rollos sicológicos – antropológicos.

Este soy yo y no fomento nada, solo cuento mis estúpidas anécdotas inmaduras. 

¿En dónde estaba? Ah, ya recuerdo. Junto con mis compañeros de barra, a los que yo mangoneo, menos al que hace las funciones de jefe, nos enfrascamos en un parloteo de elección y disección sobre mujeres. Veíamos más a quienes nos sonreían mucho, esa es la primera señal que notamos. Seguimos en eso por unos minutos más para tener un “piso” más parejo, es un tanteo para saber que tanto podemos acercarnos y así iniciar una relajada charla con alguna de ellas.

Como ya mencioné, lo que sigue es la charla, y yo en lo personal, prefiero ser directo, preguntar nombre y número de móvil, así, sin rodeos. Mis compas prefieren hacer chistes, alabar sus atributos faciales y después, a lo que te truje chenca. No es que no me guste eso, ¡claro que sí! Pero esa parte la prefiero hacer al despertarnos y desayunar algo. Así sabe más rico.

En eso nos entreteníamos cuando de repente, ¡splash! La chica de la mirada azul aparece majestuosa, sacudiendo su cabello negro azabache. ¡Oh my god! Belleza de mujer, encantadora con solo enfrentar su mirada. Labios gruesos, más no exagerados; nariz respingada con una piel lozana que pareciera porcelana. Verso sin esfuerzo. Esta hermosa amazona iba acompañada de una mujer de singular lindura, además de otros dos masculinos a los cuales no perdí mi tiempo en examinarlos. Pasará lo que pasará, ella, esta encantadora chica ya estaba dentro de mis planes de conquista.

Lo mejor de todo, es que ella había captado mi supremo interés. Disimuladamente volteo a la barra, sonriendo de manera coqueta, con aire de ingenuidad muestra su reluciente dentadura, la cual era pareja, impoluta, sin fallas. Obviamente, la reacción de mi parte fue de inmediato, acción que no pasó desapercibida por mi sensual contrincante. Y es que no les he descrito el curvilíneo cuerpo que se cargaba. Además que su vestimenta, toda de negro, resaltaba cada una de sus facciones, las que estaban a la vista y aquellas que no. Pero aclaro, no empiecen a pensar que es amor a primera vista o que fue un flechazo. Nada de eso, soy un tipo que ha manifestado abiertamente que estoy vacío. En otras palabras, sólo me interesa la atracción física, nada más.

El escarceo está en funcionamiento. Le doy prioridad a la comanda de su mesa, la atiendo de manera personal, le paso la otra chamba a mis colegas, cosa que no les pareció muy grato, ya que empezaba a llegar más gente al bar. Además que ellos también deseaban entrar al juego con esta chica. Me importa un pito.

El pedido que hicieron me gusto, ya que todos pidieron copas, los hombres solicitaron ron y las femeninas unos cocteles. El de la chava era eso que conocemos como Medias de Seda y de su compañera, una Mimosa, con una especificación, que fuera Don Perignon. Eso me agrado mucho, por lo que decidí darle una cortesía, con la lógica de impresionarlas. Les prepare unas Palomas frías, un trago que llevan mezcal, cítricos y picante, entre otras cosas.

Eso me dio pie a que me pudiera acercar a la mesa, presentando las cortesías y en efecto carambola, dando  mí nombre, poniéndome a su disposición como buen bartender que soy. Busque la manera de colocarme exactamente enfrente de ella, para que la conexión se hiciera más fuerte. Parados los dos, perdidos en el mar de ondas magnéticas que emanaban de nuestros ojos, comunicación más que efectiva, tratando de desnudarnos con el sentido corporal más expresivo y curioso que tenemos. En pocas palabras, de mi rezumaba lujuria por ese ente fatuo que correspondía con el asomo de una ingenuidad perversa. En pocas palabras, queríamos coger como conejos.

No se sorprendan, de vez en cuando me sale en bardo o vate que llevo adentro (pero muy dentro de mí). En resumen, el pacto implícito se encontraba rodando, solo faltaba la puntilla, y no precisamente del nepe. No, más bien era ya ira lo directo como ya había mencionado líneas arriba. Deje pasar un par de rondas más, simplemente me atenía a que no se perdiera la chispa visual, pero no me preocupa mucho, ésta se hallaba en un cénit que anteponía un final feliz.

Se tomaron esas dos rondas más, así que no tenía caso hacerle mucho al monje, era hora de ir a matar:

  • “Hola, ¿todo bien con el servicio? Nuevamente me presento, mi nombre es Em… espero que las copas estén siendo de su agrado” – Dijo el galante cantinero.
  • “Muchas gracias, todo bien hasta ahora, un poco ruidoso por la cantidad de gente que hay, pero todo muy bien” – Contestó la agraciada dama, la que parece la hermana mayor.
  • “¡Qué bien! Me alegra saber que se la están pasando muy bien” – El cantinero no dejaba ver su impaciencia en su modo de hablar y actuar.
  • “Más alegría nos da a nosotros, todos ustedes han sido muy amables y serviciales” – Guiña un ojo con esta oración. Su rostro es coqueto, con mohín de sensualidad, algo que no pasa desapercibido para un ojo experto como el del gañán interlocutor.
  • “¿Algo más que deseen probar las damas y los caballeros? – La mirada siempre puesta en su objetivo a pesar de la agradable distracción que estaba siendo la otra chica.
  •  “Por el momento no, gracias. Por cierto, las cortesías estaban deliciosas (como se ve que lo estás tú, pensó la dominante de la mesa), ¿qué ingredientes llevan? – Dicho esto, lame discretamente sus labios en un juego de doble sentido en el mensaje.
  • “Oh, son un cóctel que tiene como base el mezcal y aunque no lo crean, picante (un trío con ustedes sería mucho más picante, pensó el supuesto profesional de la barra).
  • “Estuvieron eeexxxqquuiissiiittoooss”. Al parecer, también saboreo cada letra de la última palabra, haciendo énfasis de sus otros gustos.
  • “Me agrada escuchar y ya entrando en esos campos, puedo hacerles una consulta, mmm, digamos, más personal”. El ansia lo carcome, pero sabe que es el momento de hacer la estocada.
  • “Claro, pregunta sin pena”. Ella correspondía con la misma emoción. El nervio se sentía a flor de piel.
  • “Gracias. Antes que nada, debo admitir que la belleza de ustedes dos me ha deslumbrado y pocas veces tenemos el honor de visitas tan distinguidas como todos ustedes. Y en el espíritu de esta charla y presentación, deseo tener el nombre y número de móvil de esta bella chica que tengo enfrente – desde que inicio el intercambio de puntos, el barman se fue situando estratégicamente, para quedar de nuevo, frente a su objetivo) – para invitarla en días subsecuentes”. La lujuria ya estaba desnuda ante todos, como siempre, era el momento de obtener los frutos sembrados. “¿Qué dicen a ello mis estimados y nuevos amigo?”. La mejor sonrisa ensayada se había posado en la cara de este moderno Casanova.
  • “No creo que eso sea posible”. El tono, la sonrisa y cualquier actitud de cordialidad y / o coqueteo habían desaparecido de golpe y tajo. La mirada, antes febril, deseosa y expectante, se volvió un mandato gélido. “Te aclaro las cosas, no somos amigos, sólo corteses. Y algo muy importante, ella es mi hija, no sé qué haya pasado por tu cabecita, pero no dejes volar tú imaginación. Es más, para que pienses bien tus siguientes palabras, esta hermosa chica es menor de edad”. La frialdad del ambiente seguía descendiendo, y la dama no iba a parar de golpe.
  • “Sé lo que piensas, ¿cómo la dejaron entrar? Fácil, el chango que tiene por portero no estaba muy atento que digamos, creo que estaba, ligando. Y sí, si la dejamos que se tome unos tragos, siempre y cuando no se me distraiga con tipos como tú; que siendo honesta, no eres feo, tienes tú encanto, pero hasta ahí”. Como dicen los gabachos, ¡santa mierda!
  • “No, por favor, no es mi intención molestar”.
  • “Tranquilo, sé que trataste de manejar esto, a tú muy personal forma de ser, pero te me estás desbocando. Además, sin ofender, cada quien en su papel por favor”. Me cago. Del rechazo a la velada humillación. “Debo confesar algo, me decepcionaste, ibas bien, pero crees que el encanto lo es todo, quizás con ciertas personas, pero no con todos”.
  • “Siento haberla decepcionado, pero no se preocupe, igual lo estoy yo. Parecían interesantes e inteligentes”. No se podía esperar algo menor a ese contraataque.
  • “¡Qué te pasa naco idiota”. No bien terminaba la oración, cuando sus dos acompañantes ya estaban levantándose, impulsados como si les hubieran insertado un pepino en el culo.
  • “¡Hey, hey! Relajen la raja, sólo estaba correspondiendo a los halagos  que la bella dama me dijo. Recuerden, para cada acción, una reacción.” Creo que no les gustaron muchos los halagos ya que seguían avanzando.
  • “¿Qué pasa aquí?” Volteó y veo a un compañero alto, bien vestido y mamado.
  • “Nada joven, su compañero que se está pasando de la raya”. La señora, sensual se dirige al nuevo actor en escena.
  • “Muy amable por decirme, pero él no es mi compañero, es mi subordinado, soy el gerente de la unidad y me apena que esté teniendo un mal momento con el chico. Mire, para que no tengamos un mal sabor de boca ni ustedes y nosotros, le daré un 50 por ciento de descuento de su cuenta. ¿Cómo lo ve?” Tampoco pasa desapercibido, para mi chalán, el buen aspecto de las dos damiselas.
  • “Mmmmm, no es tanto por el dinero, sólo que me he sentido un tanto cuanto insultada, así como a mi niña, que todavía es una menor de edad”. Una pausa dramática… “Pero bueno, veo que usted es muy amable, aparte de buen mozo, le tomó la oferta y ambos salimos tablas.” Sonrisa pícara, lengua ágil. Mierda, aposté al caballo equivocado.
  • “Muchas gracias por su comprensión y con gusto le doy mi número por cualquier comentario extra que quiera darme. De igual forma, no crea que mi colaborador quedará sin una justa sanción disciplinaria.” Diciendo ésto, me voltea a ver, conteniendo la risa.

Ya no hubo más que decir, mi chalán, al que le decimos mamadeitor, me pone un brazo por mi cintura y me retira de la mesa. Sólo atino a balbucear unas palabras: “Gracias pinche chalán.” Las putas carcajadas se me desbordaron al llegar a la azotea y chutarme un buen porro…

Escrito por Invidente Zurdo

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