Es como si la Tierra tuviera un hermano, no uno gemelo, pero sí uno mayor, con más experiencia, con más vida recorrida y con mucho por enseñar. Así es Venus, el segundo más cercano al Sol, a 108 millones de kilómetros. Es solo un poco más grande que este planeta, tiene la atmósfera mucho más densa (más de 90 veces la presión atmosférica terrestre) y sus temperaturas son tan elevadas que llegan hasta 450 grados centígrados.
Sin ser del todo iguales, se asemejan bastante, como si por sus venas sí corriera la misma sangre. Explica Fabián Saavedra Daza, geólogo e investigador de sensores remotos y sistemas inteligentes en superficies del Sistema Solar, que “se trata de un planeta terrestre, tal como este, porque tiene características físicas y químicas, geología superficial y dinámicas internas similares”.
De esta brillante bola de calor, que se alcanza a ver en los cielos nocturnos rodeado de otras estrellas, se ha escuchado hablar mucho últimamente. De hecho, el miércoles 2 de junio la Nasa anunció que enviará dos misiones para 2026. Una llamada Davinci y la otra Veritas.
El objetivo, indicó la agencia, es continuar una exploración que pausaron hace más de 30 años, en 1989, para calcular “qué destino tendría la Tierra si sufriera un efecto invernadero catastrófico” como el que sufrió este hermano vecino. Además, quieren saber si hay remotas posibilidades de algún tipo de vida, si es geológicamente activo o si podría haber albergado un océano y vida hace muchos millones de años.
Pero la Nasa no es la única. La Agencia Espacial Europea, ESA, anunció que, para 2030, enviarán la misión EnVision para conocer desde el núcleo hasta la atmósfera superior y para entender por qué ambos evolucionaron de formas tan diferentes a pesar de sus similitudes: uno estando habitado y otro con atmósfera tóxica y envuelto en nubes ricas en ácido sulfúrico.
Luz Ángela García, docente investigadora de la Universidad Ecci y doctora en astronomía, agregó que el interés de estas exploraciones puede estar ligado a la detección de una sustancia, un compuesto llamado fosfina, en su atmósfera, que acá en la Tierra se encuentra en tres escenarios: en microbios del sistema digestivo de diferentes animales, en ambientes pobres en oxígeno como indicador de vida anaerobia y en procesos industriales como insecticidas o herbicidas. “Son indicadores que no implican existencia de vida, pero que sí se pueden relacionar con la presencia de procesos biológicos”.
Jorge Enrique Bueno Prieto, biólogo de la Universidad Nacional de Colombia y director del Instituto de Astrobiología de Colombia, agrega que esta fosfina es de carácter tóxico en la Tierra y que aunque unos pocos creen que demuestre posibilidades de vida, otros dicen que indica actividad volcánica y, por tanto, que está geológicamente activo, lo cual es aún interesante y vale la pena estudiar.
“Entender la dinámica de la atmósfera, su funcionamiento, la geología de la superficie y su estructura interna permiten entender la historia también de la Tierra y extrapolar este conocimiento a cualquier planeta del Sistema Solar o extrasolares con características similares”, dice Saavedra.
En 1609, con un telescopio que él mismo construyó, Galileo vio a Venus, pero lo encontró como una masa rocosa café, sin nada llamativo en comparación con otros planetas, explica García.
Posteriormente, en el siglo XX, “comenzamos a usar herramientas más sofisticadas, en particular en los 60, donde con un radiotelescopio identificamos la emisión de ondas de radio, lo que indicaba que la capa exterior estaba muy caliente”.
Desde entonces fueron varias las campañas de exploración que han identificado la composición química, las nubes y sus sustancias tóxicas y vapor de agua. “Esta presencia de agua sumada a una atmósfera lo hace tener dos de las características más importantes de nuestro planeta, cosa que no se identifica en Marte”, continúa.
Así, son tres objetivos los de las misiones: identificar si es posible la vida, entender el efecto invernadero e interpretar los resultados en otros planetas por dentro y fuera del Sistema Solar.
Pero no será fácil. Saavedra explica que es un reto para cualquier tecnología de exploración creada hasta ahora por las extremas condiciones de presión y temperatura.
“Cualquier sonda que ha tocado la superficie y cruzado su atmósfera no ha funcionado más que unas horas. La mera atmósfera es un desafío y no ha posibilitado observar la superficie como se hace en la Tierra”.
Las dos misiones de la Nasa, hermanas y parte del programa Discovery, “tienen como objetivo descubrir por qué Venus se convirtió en un mundo infernal”, asegura el administrador de la agencia, Bill Nelson.
Davinci investigará la atmósfera a profundidad, para conocer su origen y evolución y sus diferencias con la de la Tierra y de Marte; y dará detalles sobre la tectónica y la historia volcánica y del agua. Veritas, por otro lado, lo orbitará y se centrará en la topografía. Explorará a través de las oscuras nubes con un radar de última generación que permitirá mapas globales en 3D y un espectrómetro de infrarrojo para conocer la superficie y su composición.
La misión de ESA, programada para salir en 2031, se espera tarde 15 meses en llegar y otros 16 en lograr la circulación de la órbita mediante aerofrenado. Con esta sonda se busca revelar las capas subterráneas y estudiar la atmósfera y la superficie, buscando indicios de vulcanismo activo.
¿Por qué este y no otros?
Como una tierra devastada, infernal, sin satélite natural, con nubes tóxicas, así se conoce a Venus. Aunque está cerca de la Tierra, no ha despertado tanto interés como Marte, pero se asemeja lo suficiente para ser interesante.
“70 % de la superficie está cubierta de planicies volcánicas de basalto, como la corteza oceánica terrestre. Un 10 % la cubre estructuras volcánicas jóvenes sin deformación y el 20 % restante son terrenos elevados topográficamente, con muchas fracturas y muy accidentados que evidencian una deformación tectónica”, dice Saavedra.
Hubo en su historia geológica un intenso periodo volcánico conectado con volcánica de placas y hay evidencia de actividad geológica reciente. De hecho, investigadores de la Universidad Estatal de Carolina del Norte, en Estados Unidos, descubrieron bloques de corteza terrestre empujados unos contra otros, “un patrón de deformación tectónica que no había sido reconocido anteriormente”, dijo para la revista Proceedings of the National Academy of Sciences el científico Paul Byrne. Esto es una prueba de movimiento interior.
Por otro lado, continúa Saavedra, la atmósfera es también de alta complejidad, “caracterizada por un efecto invernadero donde la radiación térmica emitida por la superficie planetaria es retenida por los gases atmosféricos y deriva en la elevadísima temperatura presentada en esta”.
García agrega que los astrofísicos dedujeron, al analizar Venus, que las sustancias generaban recalentamiento, radiación solar absorbida, y por eso se puede ver a este planeta en la noche. “Esto nos llevó a identificar problemas que vamos evidenciando en la Tierra. Si somos capaces de entender la composición química de Venus o de otros planetas, y tomar conciencia de las implicaciones que eso puede tener y tomar acciones correctivas, tendremos soluciones”.
Así, no es que se esté buscando vida allí, pues es un ambiente inhóspito. De haberla, serían organismos extremófilos y tal vez ubicados en la atmósfera a partir del descubrimiento de la fosfina. Sin embargo, de no hallar esta vida, el planeta permite entender lo que podría pasar en la Tierra y en otros cuerpos del Sistema Solar.
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