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“The Madcap Laughs”, los encantadores extremos de locura de Syd Barrett

“Fue difícil tener que reemplazar a mi mejor amigo, y notar que ese amigo dejaba de comportarse como una persona normal” comentaba David Gilmour en más de algún documental que ahonda los primeros pasos de Pink Floyd.

Y es que esa brutal realidad fue la que marcó la salida de Barrett de la banda, en aquella época donde cuando había que grabar algo no lo hacía, no dedicaba importancia alguna a sus presentaciones en vivo, paralizando el tiempo y donde se quedaba horas pegado mirando los paquetes de cereales en las reuniones de grupo.

Esa locura, causa y consecuencia de su salida de la banda de la cual fue fundador, es la que hizo que se alienara tanto de esta sociedad, que se recluyera solo en Earls Court Square componiendo música, discos que al principio parecían una mala broma, pero que el tiempo ha sabido recoger de sus sonidos una influencia enorme desde su trinchera experimental, folk y desabrida pero con un ingenio a no dar más. Era el reflejo mismo de esta especie de divagación, que por cierto fue ayudada, producida y alentada por sus ex compañeros de Pink Floyd Roger Waters, David Gilmour, además de los productores Malcolm Jones y Peter Jenner, siendo un álbum con sesiones ultra complicadas, ya que los músicos difícilmente podían acompañarlo en cuanto a métrica y ejecución (ambas salidas disparadas en cualquier dirección a ratos como en ‘She Took a Long Cold Look’), pero al mismo tiempo eso le estaba dando el “magic touch” a estas canciones llenas de sicodelia y lisergia que fueron lanzadas casi de forma espontánea en “The Madcap Laughs”, su debut en solitario en 1970.

Un cóctel siquiátrico como si se tratara de un enfermo recostado en un diván con guitarra en mano salió de estas sesiones: depresión, ansiedad, caos, adicción (al fuerte sedante-hipnótico Mandrax en esta etapa) y mucha sicodelia. Pese a lo “autobullying” que pudo haber sido el disco, la forma en que trascendió nos sigue diciendo cuán brillante se mantenía el “Diamante Loco”, pues sus influencias están claras en la música de John Frusciante, Dinosaur Jr. o los integrantes de Blur que tanto así lo han gritado ellos mismos a los cuatro vientos.

Por esa etapa, David Gilmour se sentía en deuda y aunque la cara que pone cuando tiene que recordar estas sesiones no es de las mejores, retrata también un estado alterado pero de nostalgia enorme que dio pie a lo último casi que hizo con su ex-compañero de banda, siendo que no hubo comunicación coherente alguna: “Es muy difícil describir el curso que tomaban las conversaciones” reclamaba. “Cuando hablaba parecía tener sentido lo que decía, pero era algo sumamente engañoso, porque no llegaba a ninguna parte”.

Pese a lo “solo” que suponía estar de la realidad de este mundo, gente de Soft Machine engalanó pistas como ‘No Good Tryng’ o ‘Love You’ y tuvo a todo un equipo de productores, ingenieros, diseñadores y fotógrafos (los aclamados Hipgnosis y Mick Rock) para hacer de esto algo especial, quizá con el fin de que fuera algo comercial, pero no, en ninguna canción había guiños de “hit” (ni siquiera en ‘Octopus’, pese a esa melodía innegable y tan seductora que posee), era un abanico de insensatez musical y psicosis colectiva. Sin duda se ha convertido en un disco de culto, pero un disco raro, donde un tipo enfermo, drogas hipnóticas, un fiel amigo incomunicado y desconsolado y un cúmulo de “cerdos” empresarios discográficos bailaron alrededor de un ritual único en la historia.

Autor Patricio Avendaño R. para https://www.nacionrock.com/

Escrito por Invidente Zurdo

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