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Una retrospectiva del Pasaporte

Este es un documento que, esperamos y deseamos, todos lo tengan en algún momento de su vida, y mejor aún, úsenlo lo más que puedan. Como tal, siempre ha habido alguna versión de ello a través de la historia humana. Las antiguas civilizaciones aseguraban la entrada y salida de sus propios habitantes y extranjeros que llegaran a sus límites.

Por ejemplo, los emperadores romanos se acercaron más al equivalente del pasaporte moderno, ya que entregaban salvoconductos para todo el imperio y territorios extranjeros. La redacción poco cortés de un documento emitido por César Augusto para el filósofo Potamón, en el siglo I a. C., no deja duda acerca de su importancia: «Si hay alguien en tierra o mar lo suficientemente osado para molestar a Potamón, que considere si es lo suficientemente fuerte para entrar en guerra con César.»

Documento del Imperio Romano

En la Europa Medieval, los pasaportes tenían la forma de cartas personales que un individuo con cierta autoridad daba al viajero. Las cartas manuscritas servían tanto de medio de identificación como de protección personal.

En aquellos tiempos, los viajeros de pocos recursos se enfrentaban a muchos peligros, entre ellos la posibilidad de ser expulsados de una población por vagancia – en estos tiempos habrían miles de ninis fuera de México -. Como protección, los peregrinos que iban a los santuarios religiosos de Europa llevaban un pasaporte llamado «testimoniale», emitido por las autoridades eclesiásticas.

Canuto, rey inglés del siglo XI, tuvo un especial interés en la seguridad de los peregrinos ingleses que iban a Roma; así, les proporcionó cartas en que solicitaba su libre «ingreso, egreso y regreso» en monasterios, ciudades y aldeas extranjeros. Como recompensa, los peregrinos, al llegar a su destino, prometían orar por quienes hubieran respetado al portador de las cartas de Canuto.

Canuto I Rey de Inglaterra

Aunque las cartas de gobernantes y funcionarios de alta categoría fueron la forma principal de los pasaportes durante siglos, como no había fronteras inexpugnables ni controles fronterizos eficientes, muchos viajaban sin documentación. En 1890, sólo unos cuantos países – entre ellos Persia, Rumania, Rusia y Servia – exigían pasaportes a los extranjeros que querían cruzar sus fronteras; casi ningún país exigía a sus nacionales documentos apropiados para viajar al exterior.

En Estados Unidos, en los albores de la independencia, las autoridades locales o los notarios emitían pasaportes, pero debido a la renuencia de los países extranjeros para aceptarlos, en 1856 el gobierno limito la emisión de pasaportes a la Secretaría de Estado. Hasta 1918, los extranjeros podían entrar en Estados Unidos sin pasaporte.

El número de países que emitían pasaportes, y que se los exigían a los visitantes, aumentó a partir de la Primera Guerra Mundial. El pasaporte llegó a ser un documento estatal reconocido que certificaba tanto la ciudadanía como la identidad del portador. Para controlar la inmigración, algunos países exigían que los pasaportes fueran respaldados también por visas de entrada.

Dada la profusión de documentos y la gran variedad de estilos y redacciones de un país a otro, en 1921, la Liga de las Naciones, introdujo un formato uniforme de 32 páginas para uso de los países miembros (al día de hoy se ha modificado, pero fue una base que muchos siguen usando).

Como ya saben, el pasaporte sigue siendo físico, pero con las nuevas tecnologías, puede ser sustituido por un código tipo QR o sea un archivo integrado a una tableta o teléfono móvil, por dar dos ejemplos conocidos por todos. Lo que facilitara su portabilidad y sea un documento más seguro, difícil de robar o falsificar (pero nunca se sabe).

Hasta aquí llegamos chiquill@s, esperen, más adelante, las anécdotas del tío Invidente…

Escrito por Invidente Zurdo

El Mezcal Artesanal de San Dionisio Ocotepec, Oaxaca

La condesa de la computación