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Desnudando al incipiente hombre…

Hoy he comprobado que los fantasmas si existen, que la verdadera naturaleza del hombre es instintiva, que la materia del ser humano es polvo de estrellas, somos todo y nada…

Los imperdibles poemas de la sin razón,

de afectado corazón,

la simiente de la mentira,

con la verdad escondida

y la locura atada.

La verdad e inspiración salen de tu boca, atrás están las partes de una imaginación, gracias destilado, me acepto como soy, sigo y seguiré siendo alcohol…

No sé, ni idea tengo, de ese cambio, de un miedo a estar sin ti. De esa manera de platicar, de convencer y de hacernos sentir vivos, por encima de cantantes inflamados, de poetas derrotados…

La materia fecal se desliza lentamente, con vueltas lentas insufribles, hipnótico, demoliendo los dormidos sentidos que tenemos al despertar de una larga parranda. Parado al pie de la taza del baño, con el estómago y neuronas revueltas, no atino que hacer; es más, no atino a nada. El piso mojado, meado por todas partes, parece que alguien me cargo mientras descargaba mi vejiga y adorne todas las paredes. O, no sé, tuve la ocurrencia de querer marcar como los perros, mejor dicho los osos, porque, hasta donde he leído, algunos de esa especie, se recargan con sus patas traseras lo más alto que pueden de los árboles y orinan para marcar no sólo el territorio, sino dan a entender que son de grandes proporciones físicas.

Al salir, aguantando la guacara, veo que muchos de mis muebles estan manchados y húmedos, signo de que no sólo el baño fue victima de mis insolencias urinarias. ¡Que pinche asco!

Ya no hubo poder humano o divino que contuviera el vómito que tanto anhelaba escapar de mi jodido cuerpo. ¡Maravilloso! Ahoro no sólo me voy a preocupar por limpiar charcos, añadan lo viscoso que acaba de expulsar mi cuerpo.

Afuera los gatos bailan,

Las palomas vuelan riendo,

Los perron cantan,

Y los fracasados del amor están muriendo.

Todo por un romance que sabía – y todos me lo decían – estaba destinado a fracasar. A desbarrancarse. Torturando a los dos protagonistas de una incipiente mentira. ¡Maldito bastardo que soy!

Vuelvo a abrir los ojos, me hallo en el frío suelo de la cocina. Trato de recostarme sobre mi lado derecho, siento algo. Son un plato ancho, una botella de ron y un vaso de plástico roto. Me incorporo con dificultad, los brazos tiemblan y las piernas se niegan a responder de manera normal. Quedo medio hincado, más bien, en posición de perro, como si fuera un grotesco intento de realizar yoga, No puedo impulsarme. Observo bien el plato transparente, hay líneas de polvo, el vaso, a pesar de lo destruido de su apariencia, hay alcohol vertido, reconozco los vapores que destila. Veo mejor, y en el fondo de esa madre hay como una pequeña piedra blanca. Ya no puedo sostenerme más, caigo.

Las arañas están deslizándose,

los muros caaen desgarrando la tela,

asoma un atisbo de alma en anquilose,

desatando una locura que vuela.

Despierto, ya es de noche, no hay algún foco encendido, no hay presencia de luz, parece imposible, debe haber algún resquicio de iluminación, por muy tenue que sea. No lo hay. ¿Estoy ciego? ¿Tragué licor adulterado? ¿Me golpearon y se me hincharon los ojos? No tengo ni idea.

Quiero hacer memoria de los eventos pasados, los recientes, pero no me llega nada a la cabeza. Ni idea de donde me encuentro, tiento con las manos y siento sábanas, o eso creo. Entonces es una cama. Pero no estoy del todo acostado, diría que medio recostado es la expresión correcta, ya que el torso superior lo tengo recargado en la cabecera. Estoy en la orilla del mueble. Mi pierna izquierda cuelga un poco, la tengo doblada. La otra, la derecha, está estirada. Nuevamente usos las manos para sentir si llevo ropa o no. Sí. En los pies noto que traigo algún tipo de calzado, pero no lo siento como o habitual que uso. No, es pesado para mi gusto.

Me levanto sin ninguna dificultad, no siento síntomas de cansancio o malestar, al menos no como los que creía tener hace rato. ¿O fue ayer?

La rueda gira lentamente,

los rayos ciegan la poca voluntad,

la caída es eternamente,

el olvido es mi nueva majestad.

Avanzo como ciego, topo con varias cosas, algunas de las cuales caen al piso y se quiebran, eso deduzco por el ruido que hacen. Otras no, parecieran más livianas e irrompibles. Continuo buscando luz. No hay. Negrura es el color del ambiente, lo mismo para la mente. Choco con pared. No me preocupo ni entro en pánico. Raro en mi. Siempre he sido un manojo de nervios por cualquier cosa. Pero hoy no. Tropiezo. Me levanto. Noto que cruce hacia otra habitación. Angosta. No. Es un pasillo. Ahora ¿sigo como voy? ¿o doy vuelta? No sé el largo. Al menos giro un poco la cabeza en 180 grados. Nada para ambos lados. Decido seguir como voy, adelante, no hay vuelta atrás.

Aquí, en lo que supongo es un pasillo, no hay o no doy con obstáculo, ni chico ni grande. Esperen. Creo que entre más camino se esclarece una parte baja del muro que se halla adelante. Creo que es una puerta, la rendija inferior así lo demuestra. ¡Chingón!

Abrío la pesada puerta,

la luz vence a la oscuridad,

y ahí estaba ella como un golpe de realidad,

inerte, inmóvil… Muerta.

Fin

Cuento donado por nuestro amigable vecino del centro de Puebla, alguien que sólo quiere que le llamen Moribundo Feliz. No sabemos más de este simpático personaje…

Escrito por Invidente Zurdo

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El gatito redentor