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La silla del director: Frank Capra

Esta es una sección que nos fusilamos íntegramente de la revista Cinemanía en su versión mexicana que dejó de existir exactamente hace una década y sin entrar en mucho detalle de su desaparición, sólo diremos que fue un asunto de negocios que tomo Telerisa y nos dejaron la versión gachupina, la cual, siendo honestos, no hemos leído mucho.

Como sea, dentro de sus publicaciones tenían muy buenas y divertidas secciones, algunas con mucho humor irreverente y otras más serias, como la que hoy presentamos: La silla del director, donde desglosaban vida y carrera de gigantes de este arte y para no echar mucho verbo, vayamos a lo que te truje y leamos el trabajo del gran Hugo Lara

El signo que identifica al cine de Frank Capra es el optimismo. Él encarna mejor que nadie a los narradores cinematográficos avezados en los finales felices; un experto en llevar a sus personajes por los caminos más aciagos y enfrentarlos con las canalladas más inmundas, mientras conduce al público por el sufrimiento, la compasión y luego el llanto, para dar un giro y sorprender con una sucesión de alegrías desbordantes, apoteóticas, antes de llegar a la disolvencia final cuando todos han recobrado ya el gusto por la vida.

Nacido en Palermo, Italia, en 1897, Capra fue hijo de una familia de campesinos que emigraron a Estados Unidos hacia 19003, creció cuando los inmigrantes europeos no sólo se estaban adaptando a su nuevo país, sino que, lo forjaban y nutrían con un inédito orgullo norteamericano. Luego de estudiar química, se enlisto en el ejército para participar en la Primera Guerra Mundial. Desempleado al final de ésta, se incorporo al cine de manera accidental, como casi todos los pioneros de la época silente. En 1921, la cinta Screen Snap Shots, en donde encontró acomodo en unos laboratorios cinematográficos. Formalmente se inició en el cine como guionista y gagman del productor Hal Roach y posteriormente de Mack Sennet, en la Keystone Film Company, bajo las órdenes del director Harry Edwards. Fue el cómico Harry Langdon quien le brindó la alternativa como realizador en 1925 con los filmes The Strong Man y Tramp, Tramp, Tramp.

Hacia 1926 Harry Cohn, el hombre poderoso de Columbia Pictures, lo contrato en exclusiva para dirigir películas que, en su momento, fueron de gran éxito. Ese mismo año dirigió The Certain Thing, un anticipo de uno de sus temas favoritos: la lucha de un hombre independiente dispuesto a batirse por sus justas convicciones y que, con la ayuda de sus amigos, logra que triunfe el bien sobre el mal.

Capra dirigió numerosas cintas en un período muy breve, antes de realizar The Younger Generation (1929), precedido por su fama de buen realizador de comedias, que ratificaría con Ladies of Leisure (1930) y The Miracle Woman (1931). Durante la década de los treinta, logró sus mayores triunfos junto con el escritor Robert Riskin: American Madness (1932), Ladie for a Day (1933), la célebre Sucedió una noche (It Happened One Night, 1934); El secreto de vivir (Mr. Deeds Goes to Town, 1936) y Horizontes perdidos (Lost Horizon, 1937).

Su etapa más luminosa coincidió con los años de la depresión en Estados Unidos; fue un cineasta que prodigaba un mensaje de aliento que en el mundo real parecía no existir, un auténtico creyente de las esperanzas el sueño americano. Sus relatos aluden a situaciones ideales para el norteamericano medio: el triunfo de la integridad y la justicia; la certidumbre de que es posible ser feliz aún a costa de sacrificios y aflicciones; el bien colectivo como vehículo para obtener el bien individual, etcétera. Capra se erigió en uno de los directores más norteamericanos aun sin serlo de origen, como ocurrió con el francés William Wyler (Ben Hur 1959).

Con Un caballero sin espada (Mr. Smith Goes To Washington, 1939) y Meet John Doe (1941), Capra interrumpió brevemente su actividad en Hollywood para dedicarse, durante la Segunda Guerra Mundial, a filmar una serie de documentales de propaganda militar, conocidos bajo el título, Why We Fight? Al finalizar la guerra, fundó la productora Liberty Films. En 1946 dirigió la que es, su película más emblemática: ¡Qué bello es vivir! (It´s a Wonderful Life).

Se dice que por State of The Union (1948), Capra fue orillado por el Comité de Actividades Antinorteamericanas, a dejar la realización entre 1951 y 1959. Una vez que pudo regresar, sólo dirigió dos películas más antes de retirarse definitivamente en 1961. Todavía viviría treinta años más hasta su muerte el 3 de septiembre de 1991.

Se ha dicho que sus relatos son como modernos cuentos de hadas, donde el bien siempre se impone sobre el mal, no sin antes hacer que los héroes pasen por numerosas dificultades. Considerado uno de los grandes ases de la comedia romántica hollywoodense, es innegable que Capra sabía manejar la ingenuidad de su público, pero también es cierto que sus obras tienen algo que las ha hecho perdurables más allá de su tiempo y su lugar.

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